Si yo hubiera estado en la última cena...
La última cena. Subtítulo
de un pasaje bíblico. Nombre de cuadros famosos, representada en más de una
película. Pero más que nada, un momento real en la historia, real y
determinante. Y si tú y yo hubiéramos estado presentes, ¿a quién nos
pareceríamos?
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Hay alguien cuyo
nombre no se menciona pero es clave en este relato. El dueño de la casa. Es
evidente que conocía al Maestro porque con la sola mención de su nombre,
abriría las puertas de aquella habitación para que Jesús y sus discípulos se
reunieran para comer juntos aquella cena especial. ¿Te has puesto a pensar que
aquel hombre no cuestionó nada? De
hecho, ¡ya estaba preparado!
Quiero parecerme
a él. Que la sola mención del nombre de Jesús me haga abrir las puertas de mi
corazón que tantas veces quiero cerrar. Que al escuchar Jesús rinda todos mis
planes, agendas, y esté preparada. Que cuando el Maestro llame yo siempre
responda ¡aquí estoy, lista! No creas que porque escribo un blog, doy
conferencias y ministro a la vida de mujeres mi vida es un cuadro de
perfección. ¡Nada más lejos! Y, ¿sabes?, estoy convencida de que este hombre
anónimo tampoco fue perfecto pero su carácter nos deja una lección intemporal:
mantener el corazón abierto para Jesús y en el nombre de Jesús, tal y como él
lo hizo con su casa.
¿A quién más nos
podemos parecer? Ah, sí… el personaje oscuro. Aquel que preferiríamos borrar de
la historia. Hasta su nombre nos resulta repulsivo. Judas. No sabemos mucho de
su vida, ni de su familia. Sabemos que administraba el dinero y que
lamentablemente la codicia pesaba más que la bondad en su corazón. A estas
alturas quizá te estés preguntando por qué se me ocurrió pensar que pudiéramos
parecernos en algo a Judas. Bueno, “el que crea estar firme…” Nuestros motivos
pudieran volverse egoístas como los de Judas y llevarnos a traicionar al
Maestro. Sí, es muy probable que no neguemos su nombre abiertamente, pero
podemos hacerlo día a día en el corazón
cuando las aspiraciones personales, los motivos egoístas destronan a Jesús y
sientan al yo. Sí, Judas fue un pobre infeliz al final de la historia, pero si
creemos que nunca podríamos ser como él, el orgullo ya se ha apoderado de
nuestra vida.
Amiga mía, este
personaje oscuro sigue merodeando hoy, se viste con muchos trajes y te presenta
oportunidades constantes para que digas sí. ¡No te dejes engañar! Este hombre
caminó con Jesús cada día de su ministerio terrenal y no obstante, mira cuál
fue el final. Debemos guardar nuestro corazón y presentarlo a Dios cada día
para que lo revise y nos muestre donde la oscuridad quiere ganar terreno.
Tenemos otro
personaje más. Este no quería perder ni un instante la compañía de su Maestro,
sabía que los minutos estaban contados. Recostado a su lado comió de la última
cena. Aquel a quien muchas veces se le llama “el discípulo a quien Jesús amaba”,
a quien él encomendó el cuidado de su mamá. Juan. Juan nos enseña a buscar la
proximidad, la cercanía, la intimidad con Jesús. Para él no era suficiente
sentarse a la mesa. Él quería estar cerca, lo más cerca posible. Dice el griego
original que “se recostó a Jesús”.
¿Cuánto buscamos
tú y yo hacer lo mismo? ¿Cuánto valoramos la intimidad con Jesús, el tiempo a
solas, “recostarnos” a su pecho y dejar que sus latidos desaceleren los
nuestros y nos hagan cambiar el compás para que entremos en perfecta armonía
con los deseos y sueños del Maestro? Te confieso que no siempre quiero hacerlo.
Ya estoy tan acostumbrada al ritmo vertiginoso del siglo veintiuno en Norteamérica
que bajar la marcha en ocasiones me parece una pérdida de tiempo. ¡Cómo nos
dejamos engañar! Quiero aprender de Juan, él buscó lo mejor. Quiero sentarme a
la mesa con Jesús, cada día, su banquete satisface más que cualquier otro
manjar. Si tan solo lo recordáramos lo suficiente no andaríamos buscando migajas.
Sí, no tuvimos el
privilegio de participar de aquella Pascua, pero ahora tenemos al Cordero a
nuestro lado todos los días. Él nos invita a un banquete: “¡Mira! Yo estoy a la
puerta y llamo. Si oyes mi voz y abres la puerta, yo entraré y cenaremos juntos
como amigos” (Apocalipsis 3:20). Ese mensaje es para cristianos. Es para ti. Es
para mí. Él te llama y quiere que abras la puerta y le dejes entrar, para cenar
contigo.
Aquel dueño de
la casa en Jerusalén escuchó el llamado, abrió la puerta y Jesús entró para cenar. Juan no
titubeó y escogió el lugar más cercano junto al maestro. Y Judas… bueno,
recogió su cosecha. ¿A quién escogeremos
parecernos hoy?
Vive como Dios lo
diseñó,
Wendy

Sigue escribiendo wendy! Me encantan tus articulos!- D.M.A ;)
ResponderEliminarEdificante la lectura de este post. Gracias Wendy!
ResponderEliminarQue buen articulo, Yo tambien quiero aprender de Juan, para buscar la proximidad, la cercanía, la intimidad con Jesús. gracias por compartir bendicion!
ResponderEliminarBENDICION WENDY¡SALUDO DESDE ARGENTINA ,,ME TRAJO MUCHA BENDICION EL RELATO DE LA ULTIMA CENA,,,,SIGUE ESCRIBIENDO ATTE.ANA
ResponderEliminarHola Wendy, primera vez por acá y me encantó!
ResponderEliminarDefinitivamente fue el.Espíritu Santo.que me guío a ti.
Gracias por el.post!