Lo que el amor no es
La envida pone
fin a las relaciones. La jactancia crea distancia. El orgullo hiere. Y todas
estas cosas son atributos que no describen al amor pero que lamentablemente
muchas veces caracterizan las relaciones humanas.
Sí, amar de esta manera es un desafío y tal vez se pueda amar de otra, y sea más fácil. Pero entonces tendremos que inventar una palabra que la describa, pero no podemos llamarle amor, porque el verdadero amor es el que Dios diseñó.
Decidí unirlos en
un mismo artículo porque estos tres aparecen juntos en el versículo 4 de 1
Corintios 13, y de cierto modo, están emparentados.
El amor no es
envidioso.
Se le atribuye a
Shakespeare haber hecho célebre la frase que une a la envidia con un monstruo
verde. De cualquier manera, con algo sí estaré siempre de acuerdo: la envidia es un monstruo que destruye y carcome, que termina las relaciones y enferma a
sus víctimas.
La palabra
original en el griego que al español se tradujo como envidioso en ese pasaje es
zeloo y puede significar varias
cosas, entre ellas:
Hervir de
envidia, odio, ira
Envidiar
Rivalidad
polémica y envidiosa, celos
Es por eso que
algunas versiones dicen en lugar de “el amor no es envidioso”, “el amor no es
celoso”. En realidad, las dos cosas pueden manifestarse en una relación: la
envidia y los celos. La envidia separa a los esposos que anhelan los triunfos
del otro, crea rivalidad. Lo que muchas veces nos presenta Hollywood con la
villana y el villano que aparentemente se aman pero en realidad aman más aquello
que persiguen obtener, no es pura película, sucede. Y sí, pueden existir
relaciones de ese tipo, pero no es amor.
Los celos son
todavía más comunes. Causan tragedias incomparables. Ahogan el gozo y claro,
matan al amor. Los celos no tienen espacio en la pareja que desee amar como
Dios lo diseñó. ¿Por qué? Porque la raíz de los celos está en la desconfianza,
y la verdad y la desconfianza no pueden coexistir.
Mujer, si eres hija de Dios,
tienes que pedirle que te libere de la desconfianza. Si tu esposo te ha dado
motivos para desconfiar, hay que resolver el problema. Pero si tu desconfianza,
y por ende tus celos, vienen porque así te criaron, diciéndote que “no se puede
confiar en ningún hombre” o porque has visto la traición muy de cerca y ahora
no quieres confiar ni en tu sombra, ¡Cristo también vino para liberarte de eso!
No hay amor donde se vive presa de los celos.
El amor no es
jactancioso ni orgulloso.
“Si él no me pide
perdón, yo tampoco”
“Si él me
responde mal, yo también”
“Si no me habla,
yo no le hablo”
La lista de
ejemplos pudiera seguir, pero creo que ya captamos la idea. Estos son
pensamientos que cualquiera de nosotros pudiera tener en algún momento dado y
que describen algo que Dios detesta, y que no es amor. Se llama orgullo.
Estamos citando
del griego para tratar de entender el sentido verdadero de las palabras de este
pasaje. ¿Sabes qué quiere decir jactancioso en el original? “Uno mismo en exceso”.
Yo misma en exceso. Tú misma en exceso. Es decir, demasiado de uno mismo en la
relación. El amor no es así. ¡Al contrario! El amor prioriza al otro. El amor
se quita para dejar que el otro brille. Se alegra con el triunfo y el bien de
los demás.
De modo que, como
hemos hecho con los anteriores, podríamos describirlo así: El amor no es desconfiado, no busca rivalidad, no sospecha. El amor es
modesto y sencillo. El amor es humilde.
Sí, amar de esta manera es un desafío y tal vez se pueda amar de otra, y sea más fácil. Pero entonces tendremos que inventar una palabra que la describa, pero no podemos llamarle amor, porque el verdadero amor es el que Dios diseñó.
Padre, gracias
por enseñarnos el modelo del amor verdadero. Perdónanos cuando nos aferramos a
otro concepto de amor. Señor, haz crecer en nosotros la humildad como fruto del
Espíritu. Que podamos amar así, con un corazón sencillo, humilde, que destierre
la envidia y renuncie al orgullo.
Gracias porque así nos amas tú, al punto de llegar a la cruz. En el nombre de
Jesús te lo pedimos, amén.
Bendiciones en tu
semana, ¡vive como Dios
lo diseñó!
Wendy
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